Evolución histórica de la conciencia humana (I)
La historia de la persona humana ha constituido un proceso en cierta medida paralelo al proceso que estamos recorriendo en el desarrollo de la informática y de las nuevas tecnologías de la información, pasando lentamente desde el lenguaje de los hechos primero y de las palabras después, a través de los conocimientos elaborados por el diálogo y la colaboración de las colectividades, para conseguir un funcionamiento inteligente de los retos que ha abordado.
En este proceso ha sido mucho más eficiente la colaboración y la sinergia que la confrontación entre las personas y sus colectivos.
Tal como hemos apuntado, las características de un ser con conciencia, como un ser que procesa la información en el nivel cualitativo más alto, no las encontramos en todo el universo conocido más que en los seres humanos.
La prueba más evidente de que la conciencia es la característica diferenciadora de la especie humana respecto a las demás especies animales es el hecho de la evolución histórica de los que habitamos el planeta Tierra.
Hace poco hemos celebrado el bicentenario del nacimiento de Darwin, autor de “El origen de las especies” y de “El origen del hombre”.
Son claras las aportaciones de Darwin, complementadas con las teorías mutacionistas, acerca de cómo se han ido imponiendo las diferentes especies de la flora y la fauna en nuestro planeta gracias a la “selección natural” de las especies que mejor se adaptaron al medio ambiente.
Una maravillosa conjunción de: largas temporadas de miles de millones de años, el azar de las mutaciones genéticas de los seres vivos que se transmiten hereditariamente, y la lucha por la supervivencia ante un medio ambiente cambiante, han producido un precioso mosaico de millones de especies de plantas y animales que pululamos en este planeta azul, único conocido hasta ahora que contenga seres vivos (hay la esperanza de poder encontrar vida en la luna “Europa” de Júpiter, pero se sabe que si la hubiera sería en sus formas más rudimentarias).
Dentro de esos millones de especies animales destacamos de forma muy sobresaliente los miembros de la especie Homo Sapiens, que actualmente formamos un colectivo de más de 7.000 millones de personas, pero que estuvimos a punto de la extinción debido a la catástrofe de Toba hace más de 60.000 años, cuando quedamos reducidos a menos de 1.000 individuos, todos residentes en África. Eso sí que fue un verdadero peligro de extinción y no el vaticinado torpemente por el maltusianismo.
Los primeros fósiles encontrados de nuestra especie datan de hace 200.000 años, pero nuestros ancestros, dotados de inteligencia y de conciencia muy bien pueden tener del orden del millón de años.Una característica específica de nuestra especie, sin duda por nuestra capacidad de ser conscientes, es la capacidad que tenemos de progreso histórico colectivo. Es evidente que vivimos de manera muy distinta de como vivíamos tan sólo hace 200 años; no digamos nada de nuestras formas de vida de hace 20.000 ó 200.000 años. La especie humana es la única especie animal capaz de acumular patrimonio histórico en nuestra forma de interactuar entre nosotros mismos y con el medio ambiente. Así, por ejemplo, es inconcebible un Velazquez pintando con su maestría en las cavernas del Paleolítico, ó un Beethoven componiendo sinfonías en el Neolítico, ó incluso un Einstein disertando sobre la teoría de la relatividad en los albores de la Edad Media,…
Sorprendentemente el rudimentario y tosco Homo Sapiens de hace 200.000 años, el cavernícola hombre de Cromañón, Dn. Diego de Velazquez, el genio de Flandes Ludwig van Beethoven y el mismísimo Albert Einstein tienen la misma dotación genética fundamental, pertenecen a la misma especie, no están separados por ninguna mutación genética. Siguiendo la teoría darwiniana y teniendo en cuenta las enormes diferencias tecnológicas y culturales entre ellos, tendríamos que decir que sí les separan mutaciones genéticas.Todos los Homo Sapiens, al desarrollar nuestra actividad tanto rutinaria como creativa somos herederos de una larga cadena de aportaciones y esfuerzos realizados por nuestros antepasados; cadenas que pueden tener duraciones de incluso cientos de miles de años, pero que no se transmiten hereditariamente a través de nuestra dotación genética, como pretendía Lamarck. La influencia benéfica de estas cadenas de progresos tecnológicos, artísticos y culturales nos llega a los distintos individuos de nuestra especie a través de procesos educativos y, por tanto, procesos conscientes y nunca a través de la herencia genética.
La historia de la educación nos ha demostrado hasta la saciedad las enormes diferencias entre los procesos educativos basados en el crecimiento de la conciencia de los educandos (que se transmiten culturalmente de generación en generación) y los procesos domesticadores, a veces artificiosos y circenses, pero que mueren con los propios individuos al estar basados en la pura destreza manipulativa más que en una maduración de la conciencia de los educandos.
Curiosamente esta capacidad de disfrutar de herencia histórica, no hereditaria genéticamente, solamente la tenemos los miembros de la especie Homo Sapiens. Entre nuestros ancestros hubo algunas especies, también con algún grado de conciencia, que disfrutaron de patrimonio histórico, como el Homo Antecesor, el Homo Neandertal y posiblemente otros.
Fragmento de la lección inaugural de Alfonso Gago Bohorquez.
Reflexiones ante los retos tecnológicos y deontológicos de la universidad actual.