El test de Turing fue ideado para tratar de distinguir la inteligencia artificial de la de un ser humano. Un equipo de investigadores de la Universidad de Trento, en Italia, han logrado pasar un equivalente a este test, pero entre bacterias. La prueba abre nuevos tratamientos a enfermedades.
Lo que el equipo ha logrado ha sido crear una célula sintética capaz de comunicarse con sus contrapartidas naturales y hacerlas reaccionar como si se tratara de un semejante. Aunque son seres vivos muy simples, engañar a una bacteria tiene más mérito del que parece. Organismos como la E. coli se comunican mediante secreciones de diferentes proteínas.
Una vez establecida la comunicación, el objetivo es lograr que la célula artificial pueda generar sus propias cadenas de proteínas más allá de las que les han suministrado sus creadores. ¿Por qué tomarse tantas molestias en desarrollar una célula-robot capaz de comunicarse con otras naturales? El experimento tiene múltiples aplicaciones. En el futuro podría abrir la puerta a tejidos sintéticos que no provoquen rechazo, pero de momento tiene una aplicación más retorcida: boicotear el trabajo de las bacterias.
Los investigadores han comprobado que el trabajo de las células artificiales puede interrumpir la actividad normal de los microorganismos naturales. En algunos escenarios, las falsas bacterias podrían impedir el avance de infecciones impidiendo que las naturales se repliquen o formen una colonia mediante mensajes contradictorios. El futuro de los antibióticos es realmente fascinante