El color de la esclerótica es una característica que diferencia a los humanos de otros primates y les otorga una capacidad particular de comunicación.
Hace medio millón de años, una explosión en la población de monos se convirtió en una amenaza para nuestros ancestros. Aquellos animales se convirtieron en una competencia por la fruta y los homínidos tuvieron que buscar nuevas fuentes de alimentación fuera del alcance de los recién llegados. Entonces, bajo presión, los individuos más dotados para la cooperación, que permitía cazar animales como los antílopes, comenzaron a prosperar. Después, gracias a las colaboraciones puntuales, los vínculos se fortalecieron y la dependencia entre los miembros del grupo se incrementó, avanzando en la construcción de sociedades con las tareas cada vez más divididas. A partir de ese momento, la capacidad para poner juntas las cabezas se convirtió en una cualidad que identifica a los humanos y les proporciona su poder.
Esta es una de las hipótesis que plantean cómo aparecieron unos animales tan peculiares como los humanos, capaces de superar, al menos temporalmente, la competencia que suele marcar la vida de casi todas las especies para embarcarse en descomunales proyectos de colaboración como las guerras o la secuenciación de su propio genoma.