La música actual sobre este tema de las ciudades inteligentes suena de esta manera en todos los medios…
Se dice que las Smart Cities o ciudades inteligentes son aquellas ciudades que, utilizando como soporte las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC), consiguen convertir a las ciudades en espacios más sostenibles, innovadores y eficientes al servicio del ciudadano, mejorando su gestión, al menos teóricamente. Un modelo de gestión complejo que sabe aprovechar las ventajas de una sociedad hiperconectada, colaborativa y en desarrollo tecnológico constante.
Aunque a simple vista parezca algo que solo pudiéramos ver en películas futuristas, las ciudades inteligentes son ya una realidad. Han dejado de ser proyectos piloto para pasar a ser algo tangible. Entre las ciudades más avanzadas en estos temas se encuentra Tokyo.
No obstante, la carrera está aún lejos de llegar a la meta, y todavía quedan muchas cuestiones que pulir para descubrir hasta qué punto seremos capaces de aprovecharlo en el Bien Común.
Si analizamos la situación actual, más de la mitad de la población mundial habita en ciudades, que se han instaurado como centros de importante actividad económica y social. Según una previsión de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en el año 2050, el 70% de la población mundial vivirá en centros urbanos, lo que supondrá un serio problema, si no existe un equilibrio social-laboral y de convivencia (sin violencia). ¿Esto lo garantiza por si solo la conectividad? Lo dudamos.
Además y reforzando lo anterior, las ciudades son grandes centros de consumo de recursos siendo responsables del gasto del 75% de la energía mundial y generando el 80% de los gases responsables del efecto invernadero. Países como Estados Unidos, tiene al 80% de la población viviendo en núcleos urbanos. Y en España tampoco nos quedamos atrás, con cerca de un 70% de la población residiendo en áreas de más de 50.000 habitantes; siendo la tercera ciudad Europea en grado de urbanización.
Visión crítica del tema: Control y democracia
Después de unos años en los que la perspectiva dominante ha sido la tecnológica, han ido ganando protagonismo aquellos planteamientos que ponen el foco en el ciudadano como epicentro. Hablamos del paso de un ciudadano-consumidor, que se limitaba a usar la tecnología y convertirse en emisor de datos, a un ciudadano inteligente que hace un uso activo de todas las herramientas que tiene a su alcance. Y que protagoniza su condición de ciudadanía con una tecnología que le permite reapropiarse de la ciudad, de sus espacios públicos, de sus servicios.
En el origen de este debate se sitúa Dan Hill, experto en urbanismo, que afirmaba que «la ciudad inteligente es una idea equivocada presentada del modo equivocado a la gente equivocada». Según Hill, todo el debate alrededor de las smart cities aún no ha sido capaz de responder a algo tan sencillo como cuál será el impacto que la adopción de las tecnologías por parte de las ciudades tendrá en el día a día de las personas que viven en ellas.
Esta es una de las ideas que The Guardian recogía en un artículo en el que se exponían los peligros que las ciudades inteligentes podrían tener para el futuro de la democracia.
Sensores que permiten un control excesivo sobre la ciudadanía, políticos que toman decisiones amparándose en lo que dicen los datos y que por tanto rehuyen de su responsabilidad, o grandes firmas tecnológicas diseñando las mejores soluciones para las ciudades al margen de sus habitantes, entidades sociales y Gobiernos, serían algunos ejemplos.
Parece obvio que focalizar la visión de futuro de las ciudades alrededor de la eficiencia no es suficiente. Las respuestas a muchas de las demandas ciudadanas se pueden obtener a partir de la tecnología, pero no pueden ser sólo tecnológicas.