No sólo se llevan en los genes aspectos físicos como el color del pelo, de los ojos o de la piel . También nuestra forma de ser, incluso, nuestras ideas están condicionadas por la genética. Pero hay escapatoria: el camino de la libertad está en la educación y el conocimiento de nuestro cerebro. Esta es la tesis que defiende el nuevo libro del neurocientífico David Bueno i Torrens, Cerebroflexia (Plataforma Editorial).
Utilizando el símil de la papiroflexia –el arte de hacer figuras tridimensionales en una hoja de papel-, este profesor e investigador de Genética de la Universidad de Barcelona (UB) explica cómo la biología y el ambiente en el que vivimos cambian nuestro cerebro. Con más de diez libros de divulgación y sesenta artículos científicos especializados publicados, en este nuevo trabajo Bueno asegura que, si nos lo proponemos, podemos modular nuestro órgano rector y también el de nuestros hijos.
¿Las nuevas tecnologías están modificando el cerebro humano?
Sí, lo están cambiando. Los nativos digitales tienen menos conexiones en la zona de gestión de la memoria del cerebro porque parte de esta función la han externalizado hacia los aparatos digitales: ya nadie recuerda el número de teléfono de sus amigos.
¿Qué otros cambios se han detectado en esta nueva generación de humanos?
Estas personas tienen una mayor robustez de conexiones en las zonas de integración del cerebro, lo que permite incorporar muchos datos diferentes en un mismo trabajo. Mientras antes ibas a buscar un libro o dos a la biblioteca, ahora las nuevas tecnologías nos permiten tener veinte páginas abiertas en el ordenador o tableta e ir tomando ideas de todas ellas.

Estos cambios forman parte de la cerebroflexia, ¿qué significa este término?
Imaginemos que cogemos una hoja de papel al azar de una bolsa donde hay otras de diversos tamaños, formas y calidades. Este sería nuestro sustrato genético ineludible -heredado de nuestros padres, un 50% de cada progenitor- que determina qué potencialidades puede tener nuestro cerebro, pero no cuál va a ser el resultado final.
Entonces, ¿qué acaba determinando nuestra manera de ser?
El cerebro se va formando en interacción con el medio ambiente. Un cerebro estimulado -y no sobreestimulado- tendrá más conexiones que el de otra persona que no haya recibido tantos estímulos cuando era niña y adolescente, y sacará más provecho de sus conocimientos, habilidades, actitudes y aptitudes.
¿Estamos sólo al inicio de descubrir qué hay detrás de nuestro órgano rector?
Empezamos a tener buenas ideas sobre aspectos generales de su funcionamiento, pero todavía nos queda mucho camino por recorrer para entender bien cómo funciona.
¿Por qué es mentira que sólo usamos el 10% de su capacidad?
Cuando al analizar el cerebro por primera vez con técnicas que permitían teñir las neuronas, se vio que estas ocupan una parte muy pequeña del cerebro –el 10%-, por eso se dijo que había una gran parte que no usamos. Pero el resto del cerebro tiene otras funciones distintas a la transmisión de impulsos nerviosos.
¿Y qué ocurre con el 90% restante?
Hay una serie de células –las de la glía- que alimentan a las neuronas, detoxifican el cerebro, tienen funciones de sistema inmunitario y también construyen unas cubiertas protectoras de los axones de las neuronas –mielina-, que son las prolongaciones que hacen las neuronas para conectarse a distancias muy largas dentro del cerebro.
Por ejemplo, la corteza cerebral tiene muchas más células de la glía que neuronas.
Porque necesita su protección. De hecho, es la zona más activa del cerebro y la que más ha crecido durante la línea evolutiva de los primates. En ella se gestionan las funciones más elaboradas, como la empatía, el lenguaje, el raciocinio, la toma de decisiones y el control ejecutivo.
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