Aunque a veces no lo parece, los humanos llevamos sobre los hombros el objeto más complejo del universo conocido: el
cerebro. Si pudiéramos estirar todo el cableado que hay entre nuestras neuronas habría de sobra para ir y volver a la Luna cinco veces. Ni las estrellas, ni las galaxias, ni el creciente tráfico aéreo que cada día recorre el planeta, ni nigún otro sistema estudiable presenta mayor complejidad que el encéfalo. Tampoco hay muchos ejemplos de redes más eficientes. Por eso, desde hace algún tiempo, los científicos intentan entender mejor este entramado natural con 100.000 millones de neuronas y 100 billones de conexiones para mejorar otras redes artificiales.
Entre ellas están el tendido eléctrico, internet, las redes de transportes y las transacciones financieras, que en muchos casos dependen unas de otras. Comparadas con el cerebro, son mucho menos eficientes y sufren fallos “catastróficos”. Primero cae un nodo en una red, luego otro en otra red conectada, y así hasta generar una imparable cascada de fallos. En 2003, un problema de este tipo dejó sin electricidad a casi toda Italia. Cientos de pasajeros quedaron atrapados en trenes y metros, se paró el tráfico aéreo, Internet dejó de funcionar y esto a su vez hizo caer más centrales eléctricas. Unas malas conexiones acabaron dejando sin luz a 50 millones de personas y causaron al menos tres muertes achacables al apagón.
Los expertos en redes complejas naturales, una disciplina que aúna a neurocientíficos, físicos y matemáticos, creen que si nuestras redes artificiales imitasen a las redes naturales no sucederían estos fallos catastróficos. Pero ¿cómo hace el cerebro para ser tan estable y resistente a apagones?
Aviones y virus
Investigadores españoles acaban de aportar importantes datos sobre el tema. Dada la inmensidad del cerebro, lo primero que han hecho es reducir las redes neuronales a esquemas de “bolitas y rayitas”, explica el neurocientífico Santiago Canals, que trabaja en el Instituto de Neurociencias de Alicante. Normalmente nos lleva fracciones de segundo ver un enorme coche negro que pasa a toda velocidad ante nuestros ojos. Lo hacemos gracias a redes neuronales interconectadas que captan movimiento, color y forma. El equivalente en el mundo exterior sería la red eléctrica, el internet y el resto de sistemas que le permiten leer esta noticia o que se aseguran de que los vuelos lleguen a tiempo, por ejemplo.