Guerra de patentes: ADN
El sistema CRISPR-Cas9, bautizado por Jennifer Doudna como el «bisturí molecular» para editar el genoma, ha revolucionado por completo la investigación. Estas herramientas permiten modificar el ADN de una forma más precisa y eficaz. Su hallazgo fue todo un hito en biología, por el que sus descubridoras -la propia Doudna y Emmanuelle Charpentier– fueron galardonadas con el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica el pasado año.
La importancia de CRISPR es de tal envergadura que la técnica llegó incluso a sonar para el Premio Nobel. Aunque no lo consiguió, esta tecnología genética ha mostrado ya su eficacia para frenar una enfermedad rara en modelos animales. Pero estas peculiares «tijeras moleculares» no están exentas de polémica. CRISPR vive ahora inmersa en una auténtica guerra de patentes, que ensombrece su potencial y, sobre todo, retrasa sus hipotéticas aplicaciones. Esta es la crónica de una batalla legal y científica entre la Universidad de California y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Una pelea jurídica en la que está en juego un mercado estimado en más de 46.000 millones de dólares.
El origen: la mina de oro biotecnológica
Corría el año 1974. Un grupo de científicos de Estados Unidos, liderado por Paul Berg, solicitó una moratoria para aplicar una tecnología destinada a revolucionar el mundo. La técnica del ADN recombinante, que posteriormente provocó el impulso de la ingeniería genética y de la biotecnología, presentaba importantes implicaciones bioéticas, según los investigadores.
La tecnología del ADN recombinante provocó un considerable debate ético y social, pero también demostró la rentabilidad de la biotecnología
Tres artículos científicos publicados entre octubre de 1972 y noviembre de 1973 habían hecho estallar la polémica. En primer lugar, David A. Jackson, Robert H. Symons y Paul Berg habían logrado introducir nuevas piezas de ADN en el genoma del virus SV40. Posteriormente, Stanley Cohen y Annie Chang habían conseguido que una pieza de ADN recombinante de la bacteria Escherichia coli se «autofotocopiara» por sí misma. El último trabajo, de Stanley Cohen, Annie Chang, Herbert Boyer y Robert Helling, permitió construir plásmidos bacterianos in vitro. ¿El resultado? La comunidad científica era capaz por primera vez de «cortar y pegar» ADN, una posibilidad que anticipaba la modificación genética de organismos vivos.
Tras la publicación de estos tres artículos, el debate sobre las implicaciones éticas y sociales se disparó. Fueron los propios científicos, liderados por Paul Berg, los que propusieron la organización de la conferencia de Asilomar, un encuentro en el que se analizaron las aplicaciones de la tecnología del ADN recombinante. Pero existía una importante repercusión económica subyacente a aquella discusión.