inteligencia artificial

Gigantes tecnológicos, unos pocos se llevan el pastel

Nuestra economía está cada vez más controlada por un puñado de empresas con gran poder. Las hay de toda clase, desde las gigantes bien establecidas como Amazon, Facebook, Google, Apple y Walmart, hasta nuevas compaññías de rápido crecimiento como Airbnb, Tesla y Uber. Siempre han existido empresas grandes y monopolios en toda regla, pero esta nueva generación de lo que algunos economistas denominan como empresas superestrellas tiene algo que la diferencia del resto. Todas están presentes en varios sectores distintos y han sabido anticiparse y aprovecharse de las nuevas tecnologías digitales, desarrolladas por las pequeñas empresas, y del trabajo humano que subyace debajo de esa pirámide de poder.

Estas características fomentan un escenario en el que unos pocos se lo llevan todo.

Las 50 Empresas más «Inteligentes» de 2017 incluye a muchas de ellas, pero no se limita a incluir a las más grandes y rentables. La lista es un escaparate para empresas tecnológicamente innovadoras cuyos modelos de negocio les permiten explotar estos avances. Representa nuestra mejor predicción de qué empresas dominarán futuro. Amazon y Facebook y Google figuran en ella, pero también hay muchos recién llegados. Aunque todavía no les conozca,  tienen una posición aventajada para aprovecharse de tecnologías que definirán los negocios durante los próximos años, como la inteligencia artificial.

Innovar de forma inteligente no les garantiza convertirse en superestrellas, pero sí les confiere el potencial para crear y dominar nuevos mercados en un entorno cada vez más competitivo.

El auge de empresas superestrellas ha ayudado a definir el tiempo que vivimos. Los gigantes digitales han sabido aprovechar las ventajas de internet, los llamados efectos de red, y el big data para volverse enormemente rentables y proporcionar servicios que se han vuelto imprescindibles, como búsquedas web gratuitas y las cómodas compras en línea; así como dispositivos que han cambiado nuestras vidas, como el smartphone.

Pero las empresas de internet no son las únicas que se han convertido en superestrellas. Según una investigación reciente de unos economistas de la Universidad de Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (ambos en EEUU), la cuota de ventas de empresas superestrellas (definidas como las cuatro empresas más grandes de una industria determinada) ha aumentado marcadamente en todos los sectores estudiados, desde el transporte hasta los servicios y las finanzas. La tendencia hacia empresas superestrellas está acelerándose, según el economista de la Universidad de Harvard y coautor del estudio Lawrence Katz. Este fenómeno se ha vuelto uniforme en todas las industrias y economías desarrolladas durante la última década, más o menos. El dominio de estas empresas es especialmente fuerte en mercados sujetos a rápidos cambios tecnológicos. Katz señala que probablemente la diferente capacidad de las empresas para aprovecharse de los nuevos avances.

En otras palabras, hay que ser la empresa más «inteligente» del campo o mejor ni molestarse.

Los autores han detectado un resultado profundamente inquietante de una economía dominada por sólo unas pocas empresas claves. Una de las verdades de la economía de Estados Unidos durante gran parte del siglo XX fue que la porción de los ingresos totales del país destinada a la fuerza laboral era constante. A medida que la economía crecía, los trabajadores recibían una cuota proporcional de ese creciente pastel. Pero la media de ingresos de los trabajadores ha dejado de seguir esa tendencia, y la proporción que reciben es cada vez menor. Esto está sucediendo en muchos países y se aceleró durante la década de 2000.

¿A donde nos llevará todo esto? Estemos atentos

La humanidad está perdida si la inteligencia artificial se basa en criterios comerciales

Son las grandes empresas las que están desarrollando estos sistemas y lo hacen de acuerdo a sus propios objetivos: vender y generar beneficios a través de manipular a las personas. Debemos crear una IA que mejore la naturaleza humana y no al revés

Entre 2007 y 2014, fui la CEO de Cognea, una empresa que ofrecía una plataforma para desarrollar complejos agentes virtuales de forma rápida mediante una combinación de aprendizaje estructurado y profundo. El sistema ha sido empleado por decenas de miles de desarrolladores, y también media docena de empresas de la lista Fortune 100. Finalmente fue adquirido por IBM Watson en 2014.

Cuando analicé las interacciones que la gente mantiene con las decenas de miles de agentes desarrollados en nuestra plataforma, me quedó claro que los humanos están muy dispuestos a entablar una relación con software de inteligencia artificial, mucho más de lo que cree la gente.

Yo siempre había pensado que la gente querría mantener algo de distancia con la inteligencia artificial, pero lo que me encontré fue justo lo contrario. Las personas están dispuestas a formar relaciones con inteligencias artificiales, siempre que tengan un diseño sofisticado y estén muy personalizadas. Parece que los humanos queremos convencernos de que la IA realmente se preocupa por nosotros.

Quien consigue que un usuario pida un a pizza a domicilio en lugar de dar una orden a su mayordomo virtual para que compre verduras para hacer un plato más barato y sano, gana. Y quien consiga que los usuarios se acostumbren y dependan de pasar 30 horas a la semana con su amigo virtual «perfecto» que tolera cualquier abuso, también ganará.

Esto me resultó desconcertante hasta que me di cuenta de que conectamos con muchas personas de una manera superficial en nuestro día a día mientras atravesamos una especie de fango emocional. ¿Acaso los amigos devuelven las llamadas cuando se les ignora durante un tiempo? ¿Las personas a las que contratamos aparecen en nuestra puerta si no les pagamos? No, pero una personalidad artificial siempre está a nuestra disposición. En algunos sentidos, es una relación más auténtica.

Y observé que el fenómeno se repetía independientemente de si el programa estaba diseñado para actuar como un banquero, compañero o un entrenador personal. Los usuarios hablaban con los asistentes automatizados durante más tiempo del que dedicaban a sus homólogos humanos. La gente compartía voluntariamente secretos muy personales con las personalidades artificiales, como sus sueños de futuro, detalles sobre sus vidas amorosas o incluso contraseñas.

por Liesl Yearsley | traducido por Teresa Woods

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